
La pesadilla navideña empeora mi acné. No es por las comilonas ni los empachos, es por el puñetero estrés. ¡¡Las Chicas de Oro me vuelven loco!! En estas fechas están más efusivas que nunca. Hay gente que se pone tristona en estos días, pero os aseguro que a Las Chicas de Oro no les da por pensar en sus difuntos (o desaparecidos misteriosamente) maridos de forma nostálgica. Todo lo contrario, están pletóricas, llenas de energía. Pasas por su lado y se te eriza el vello y te dan calambrazos. Es algo espeluznante de verdad.
Lo peor con diferencia de estas fechas es el momento en que mi madre me suelta alguna frasecilla del tipo: “Anda, cómprales un detallito para el día de Navidad a las chicas, que ellas te traerán regalos”. ¿Qué diablos se supone que tengo que comprarles a unas sexagenarias que tienen de todo? Y, sobre todo, ¿por qué y para qué? Pues cada año, la misma historia. ¡Es como el puñetero día de la marmota!
Total, que el otro día, mientras miraba algún libro de rollos de esoterismo para Maggie (al final le regalé un CD hecho por mí con un mix de ruidillos misteriosos en plan psicofonías), olí el perfume de mi amiga agorafóbica. Obviamente no podía ser ella. ¿Ella en la FNAC con gente por todas partes? Imposible, claro. Pero, de todos modos, la busqué con la mirada entre la multitud. No había ninguna chica paliducha y con ojos gigantescos así que salí a la calle y la llamé por teléfono porque me dio una especie de apretón, unas ganas irrefrenables de oír su vocecilla. Para mi sorpresa, se puso al teléfono y fue genial oír su voz debilucha y pelín rota. Fue genial de verdad. Estaba tan contento y a la vez tan atontado que no podía seguir buscando los puñeteros detallitos para Las Chicas de Oro y me fui al único lugar en el que me siento a gusto, a la fila 8 de un cine.

Como estaba tontorrón, eufórico, blandengue, taquicárdico y a la vez pelín melancólico (sí, todo al mismo tiempo. En plan mix, como la mezcla psicofónica que preparé para Maggie), pensé que no podía haber mejor elección que una esponjosa tarta de arándanos con extra de azúcar, así que me acomodé en una butaca central de la fila 8 para ver “My Blueberry Nights" de Wong Kar Wai.
Al igual que sus dos grandes pelis, “Happy together” e “In the mood for love”, ésta también tiene una carga hipnótica y una poética visual que embriagan. Sin embargo, a mí me empachó tanta música y tanto plano vacío que no aporta nada, sólo un poco más de azúcar a una tarta ya de por sí dulzona en exceso.
La prota me resulta poco interesante y su viaje introspectivo por la América profunda es como un paseo en coche descapotable. Un viaje en descapotable te despeina, el sol te quema la piel y el viento te acaricia las mejillas pero difícilmente puede cambiarte por dentro si no te bajas del coche. No sé, no me parece que ella pueda sufrir un cambio importante a raíz de lo vivido en su pequeña odisea.

Este es un film en exceso previsible en el que lo que se cuenta tiene poca importancia pues se pone el acento en la belleza del encuadre, en la iluminación, en la fotografía… Así cada plano se convierte en una hermosa postal, en un anuncio de perfume, en algo así como un fotograma coloreado e hipnótico pero pelín hueco.
Quizás la belleza visual de este film y sus cualidades estéticas hacen aún más patente la simpleza y, en mi absurda opinión, el vacío del contenido. Supongo que, de alguna manera, esa perfecta y apetecible porción de tarta de arándanos que Norah Jones devora en el film es en realidad un bellísimo y esponjoso bocado de nada, de aire perfumado.
Yo me quedo con el recuerdo de “Happy together” en el que el talento de Wong Kar Wai se hacía patente no sólo por la belleza y originalidad estética del film, sino también por su buen hacer a nivel narrativo.

De todos modos, “My blueberry nights” es un bellísimo viaje por carreteras sin fin, es un instante hipnótico. Es como oír la voz debilucha y rota de mi amiga agorafóbica. Lo malo es que cuando termina ese instante alucinógeno te das cuenta del vacío.
My Blueberry Nights (2007)