
Lo primero que llama la atención de este film es (dejando mis hormonas a un lado) el
narrador. Esa figura pelín molesta y con un texto en ocasiones explicativo hasta el paroxismo que sólo se le puede perdonar al amigo de Brooklyn. Sin embargo, creo que este recurso es justificable pues, aunque a veces te dan ganas de estrangular al ser que emite esa vocecilla omnisciente, lo cierto es que vertebra y ayuda a dar el “tono” del film.
Crea unidad a un guión al que se le notan las prisas y la inconsistencia y que parece un trabajo de patchwork con retales (preciosos, eso sí) de Barcelona, Oviedo y Avilés. Así mismo, nos cuenta con descaro los antecedentes de los personajes, lo que les gusta, lo que no y el amigo Allen se ahorra así un trabajo de profundización que, quizás, no hubiera tenido cabida en esta comedia ligerísima que creo que oculta cierta crítica hacia la mentalidad americana. Una mentalidad que, al final, sólo se interesa por lo ajeno de forma anecdótica, por encima.

Sinopsis va sinopsis viene: Dos turistas americanas (de caracteres aparentemente antagónicos) pasan el verano en Barcelona donde conocen a un pintor que incidirá en la vida de ambas. Además, se une al trío un cuarto personaje en discordia, la ex mujer del pintor.
El personaje de María Elena (la ex mujer), interpretado por una muy inspirada y arrebatadora Penélope Cruz, es el que tiene más garra de todo el film. De hecho, la peli se podría decir que empieza con su aparición ya que ella es el conflicto real pues hasta entonces todo era pelín insípido.

Dice Maggie que alguien se hace mayor cuando es consciente de que no es especial. Quizás el bueno de Woody aún se siente especial y por eso no envejece. Me recuerda a Rohmer y a su "Cuento de verano", por ejemplo. Tipos mayores contando enredos de amor juvenil. Sin embargo, a pesar de las apariencias, la frescura de esta comedia está esencial y casi únicamente en la chispa de algunos diálogos y, sobre todo, en el juego del cambio de idioma (español-inglés) entre Bardem y Cruz que añade toda una serie de matices y sorprende al espectador por lo chocante de añadir a una discusión de pareja la dificultad de que tenga que ser en inglés porque hay una tercera persona escuchando. Esto convierte la situación en algo cómico de por sí y se acaba de redondear gracias al talento de Allen y de los actores que saben jugar con el potencial absurdo y cómico de la situación. Esto me recuerda a cuando yo tenía que traducir a Maggie este verano porque nadie entendía su perfecto inglés de la BBC y eso la volvía loca pero yo le decía que no se “panicara” y nos echábamos unas risas. En fin, se ve la maestría de Allen en estas pequeñas cosas, en estos toques de genialidad o de oficio o de las dos cosas. Es evidente que el guión no es ni de largo una de sus mejores obras pero sabe cómo poner un elemento extraño en ciertas situaciones habituales y a partir de ahí crear algo nuevo con diálogos sorprendentes que son, con mucho, lo más destacable de un film muy irregular.
Resumiendo: Es una comedia para pasar un buen rato, no tiene más, es una anécdota, una risa pasajera. Como diría mi amigo el guaperas es como tomarte un granizado en una tarde calurosa. Sin embargo, hay que destacar el oficio de Allen que ha conseguido sacar adelante con maestría un guión poco conseguido y, en mi absurda opinión, poco trabajado ayudándose de buenas interpretaciones y, sobre todo, de la introducción del personaje de Penélope Cruz que es el que pone sal a un hermoso, aunque insípido, paseo por Barcelona.
Recuerdo que durante mis vacaciones con Las Chicas de Oro desayunamos un día en un pequeño pueblo llamado Goulding (en la reserva de los indios Navajos) en Monument Valley, donde se rodaban las pelis del oeste de John Wayne. Un lugar hermoso, de esos que te encojen el corazón. Bueno, pues mientras una guapísima camarera india con largas trenzas y ojos tristes (de la que me podría haber enamorado perfectamente si no fuera porque no conseguiré nunca olvidarme de aquel maldito beso con guantes de látex) nos preguntaba cómo íbamos a tomar los huevos no pude evitar oír la conversación de la mesa de atrás, molesta como una pestaña en la lentilla. Se pasaron toda la media hora que duró nuestro desayuno hablando de dinero, "de cuánto me ha costado esto, de cuánto me darían por aquello". Dinero, dinero, dinero. La sociedad americana me ha parecido profundamente materialista y pelín vacía y creo que eso también se transmite en este film, quizás por debajo pero, desde luego, ahí está. El personaje de Doug, por ejemplo. La sociedad americana (incluso en las dos turistas protagonistas) queda retratada como una sociedad bastante vacía, que se queda en la anécdota, en lo superficial. No sé, en realidad, las dos turistas americanas se vuelven a EEUU como si nada hubiera pasado. Barcelona, lo de fuera, lo que no es su mundo, es para ellas como tomarse un granizado, una anécdota, algo pasajero que, al final, no ha cambiado nada.
Vicky Cristina Barcelona (2008)
(¿Por qué diablos no hay comas? Será que alguien lo ha escrito con mucha prisa).
Dirección: Woody Allen
Guión: El amigo de Brooklyn