17 noviembre, 2010

TWO LOVERS

Mujeres de otros mundos, azoteas y un maldito oso


A veces le cuento a mi psiquiatra gordo que sé – sí, tengo la absoluta certeza- que me persigue un oso. No me persigue siempre, sólo en los días en que estoy más siniestro (quizás cuando soy más yo). Lo del oso no me lo invento, no es como cuando me cachondeaba y le soltaba que me perseguía un michelín gigante (ya casi nunca le cuento trolas, ¿habré madurado?). En fin, el caso es que lo del oso es verdad. Un oso me persigue.

Durante este año le he visto muy a menudo. Al acecho, con las orejas erguidas y la mirada turbia. Sólo ha desaparecido con Ant. Ella es mi antídoto contra el oso. Por si no lo recordáis (cosa lógica, porque a ver quién iba a recordar mi patética vida), hace un año conocí en París a una chica llamada Ant de la que me enamoré (de una forma muy pero que muy lamentable) y en todo este año no he sabido nada de ella hasta un par de semanas antes del mes de agosto, cuando recibí un mail suyo anunciándome que venía a Madrid y que, si yo quería, se venía a mi casa. Claro está, le mentí cuando le dije que compartía piso con un amigo ¡pero no podía decirle que vivía con mi madre! El caso es que le dije que sí, claro, que viniera a “mi casa”. Las dos semanas previas a la llegada de Ant fueron una especie de vodevil en el que tuve que convencer a Maggie para que me prestase su piso (e intentar tunearlo para que Ant no me tomara por un psicópata esotérico) y, a la vez, mantener a mi madre engañada. En fin, una comedia de enredo en toda regla. Al final, Ant aterrizó en Madrid. Igualita que en mis sueños, con su pelo corto a lo garçon y su camiseta ceñida. Entonces, el oso desapareció y no ha vuelto hasta ahora.

No sé por qué siempre me enamoro de chicas tan... "peculiares", de chicas que se desvanecen. Primero mi amiga agorafóbica con la que compartí un beso con guantes de látex y luego ya nunca más me dejó acercarme a su pequeño mundo y después Ant, la efímera, con ese corte de pelo a lo Jean Seberg, una chica con la que he pasado los días más increíbles de mi vida (en dos veranos consecutivos) y que luego se ha esfumado dejándome solo con el maldito oso.

Quizá me parezco bastante al protagonista de Two Lovers, un tipo que huye de lo real como de la peste y, por eso, me enamoro de mujeres que sólo pasan por la realidad de puntillas.


Sinopsis va sinopsis viene:

Leonard (Joaquin Phoenix) es un joven con problemitas emocionales que intenta salir a flote bajo la atenta mirada de sus padres. De repente, -¡jo qué suerte!- dos mujeres entran en su vida. Por un lado, la encantadora Sandra (representando lo familiar), hija del nuevo socio de su padre, y por otro Michelle (la irrealidad), una misteriosa vecina que parece estar fuera de lugar.

A ver, a ver, ¿por qué hablar sobre el cine de James Gray?

Creo que el cine de Gray es interesante por la rareza que supone, por su condición ectópica. Sus films son muy convencionales, se presentan como pelis de género, con la familia de fondo. Son films, sobre todo, con una intención, cuidados y pensados y eso ya es mucho decir.

No niega sus influencias, de hecho, hay una carencia de petulancia en este sentido. En cierto modo, es un cine que te dice: “todo está ya dicho y lo sé”. En ese aspecto, Gray me parece un cineasta honrado pues se reconoce en el cine de otros y nos lo hace saber, no intenta ocultarlo ni va de creador de algo nuevo. De hecho, su cine tiene una textura vieja (que no rancia), un olor a otras épocas del cine americano y justamente eso le da un lugar en el sofá azul. Su aparente clasicismo ha hecho que se hable de él como un destello tardío del New Hollywood de los 70, yo aún no he visto una obra suya suficientemente redonda como para hacer esa afirmación, la verdad, pero sí reconozco algo destacable en su cine y, sobre todo, una intención de hacer buen cine o un cine digno, que ya es mucho.

Aunque yo, personalmente, valoro todo aquello que huele a punk, a transgresor y que tiene un espíritu de ruptura o al menos un intento/intención de ello (me viene a la cabeza la interesantísima “Canino”), creo que es encomiable dejarse de preocupaciones formales, dejar de aparentar que se hace algo nuevo y asumir que no hay nada nuevo y, tras asumir esto, tratar de hacer propuestas honestas y, en cierto modo, aunque con peros (hay cosas de este cineasta que me molestan mucho como la falta de sutileza en ciertos momentos, el academicismo excesivo y la necesidad de atar los finales con un doble nudo forzadísimo), creo que eso es lo que hace Gray.

TWO LOVERS sobre la mesa de disección

Leonard, el soñador dostoievskiano

Two Lovers tiene el típico argumento de una comedia romántica pero GRAY se propone darle una vuelta de tuerca siniestra a este argumento y dejar a su protagonista, el soñador dostoievskiano, sobre un lodo que se le traga los pies a cada paso.

Este film se inspira en la obra de Dostoievski “Noches blancas” y Leonard encarna al personaje del soñador. Un ser traumatizado, un ser en continua ensoñación (traum significa sueño en alemán, lo cual no deja de ser esclarecedor) que se tambalea entre dos mundos: una prosaica realidad y una vida imaginada, una ensoñación.

En la secuencia de arranque de Two Lovers vemos a Leonard (atormentado por el recuerdo de otra mujer ya inalcanzable) que se lanza al agua en la bahía de Nueva York para salir al cabo de un rato (los homenajes a VERTIGO son constantes, aunque sólo en la superficie, en la piel del film). Así se nos presenta al prota. Desde el arranque se nos muestra a un personaje que se tambalea (con claros rasgos bipolares). Un tipo que oscila entre lo real y la ensoñación, entro lo terrenal y lo soñado, lo alcanzable y el ideal, entre salir a flote o dejarse llevar por el canto de las sirenas.


Es posible que Leonard parezca un ser inmaduro con un comportamiento más propio de un adolescente que de un tipo de su edad. Sin embargo, creo que la esencia del personaje va más allá de la simple inmadurez o de la negación de convertirse en un adulto. Leonard es el personaje que anhela (algo difuso, etéreo) constantemente. Leonard anhela algo más allá, algo fuera de lo real, algo que, creo, tiene más que ver con su propia esencia que con la presión social/familiar.

Debido a lo peculiar del protagonista, el film está rodado precisa y férreamente desde el punto de vista (en primerísima persona) de Leonard, el soñador. Así, Gray pretende conseguir un vínculo, es decir, que el espectador empatice. Por ello, Leonard aparece en todas las escenas del film y, sobre todo, es el hecho de dejarnos "penetrar" en su intimidad -asistiendo a escenas en las que se encuentra solo (oyendo y viendo lo que él oye y ve; como cuando espía a Michelle desde su ventana o cuando habla con ella por teléfono o le escribe mensajes)  - lo que hace que aumente nuestra identificación con el personaje o, al menos, lo que contribuye a generar la sensación de compartir su punto de vista. De hecho, en ningún momento nos alejamos de su punto de vista pues, de otro modo, probablemente la historia sería insostenible.

La cárcel familiar o lo que viene siendo el poder vampírico de la familia

Quizás el cine de Gray me atrae por lo recurrente del tema familiar. Los protagonistas de sus films siempre acuden al terreno familiar. Sus films tratan de jóvenes inestables que buscan su lugar, seres perdidos en una maduración que les viene grande y siempre, de fondo, la familia.

De nuevo, cómo no, sale a escena el carácter siniestro de lo familiar (mi obsesión, después de Ant). Al igual que ya comenté en mis reflexiones tontorronas sobre “La cinta blanca”, “Coraline” o “Anticristo”, lo siniestro como elemento directamente vinculado a lo familiar vuelve aquí a estar presente.

No es que siempre diga lo mismo (que también) sino que éste es un tema que me parece fascinante y, seguramente por ello, las pelis de las que decido hablar siempre lo tratan. De hecho, quizás próximamente hablemos en el sofá azul sobre el interesantísimo Agustí Villaronga y su última obra -no por ser de encargo es menos destacable- “Pa negre” (que bien podría ser el paradigma de lo siniestro en lo familiar).

Schelling, el filósofo alemán del romanticismo, define el concepto de “unheimlich” como algo que se manifiesta cuando debería estar oculto y que muestra la otra cara de lo familiar, de lo amable. Así, las vivencias se vuelven siniestras, inquietantes, sobrecogedoras. Más tarde Freud también escribiría sobre el concepto de "lo extraño inquietante", también traducido al castellano por "lo siniestro".

Lo complejo del término alemán Unheimlich le ha conferido un gran espacio en lo relativo a fenómenos psicológicos que tienen que ver con la angustia, con el fantasma, con lo pavoroso.

En lo extraño inquietante, el juego dialéctico de lo familiar y de lo extraño, por el hecho de que está concentrado en el mismo objeto (familiar y extraño a la vez) se complica extraordinariamente. Lo paradójico consiste en que la fuente de pavor no es lo extraño en su oposición inmediata a lo familiar, sino que lo que antes era familiar, emerge bajo un aspecto amenazante, peligroso, siniestro y que a su vez refiere algo conocido desde siempre que ha estado oculto, en la sombra.

Las personas que nos rodean son reconfortantes pues nos protegen del exterior pero, a la vez, se convierten en una cárcel, nos atraen en una red de la que no habrá salida.

Los protagonistas de Gray regresan al útero familiar y mueren, de algún modo, pues claudican en sus deseos. Son engullidos para siempre en las aguas movedizas de lo conocido. Leonard, el hombre que vive en una ensoñación, acabará matando su esencia para volver a lo familiar, a la madurez, a la negación de sus deseos. Se alejará de esa azotea fría, azulada y secreta para volar hacia la luz cálida del hogar, el sofá, y las fotos en las paredes donde, asumimos, quedará pegado (la familia es para Leonard como el Hotel Overlook para Jack Torrance) para siempre, como la mayoría de nosotros.

Las dos mujeres, el ideal etéreo y la calidez de lo terrenal

Leonard se encuentra entre dos mujeres. Una de ellas, Michelle, encarna el deseo y un ideal que roza el absurdo, una vuelta al mundo infantil, a los sueños, a lo secreto y único, a la locura. La otra, Sandra, sin embargo, simboliza la realidad, la calidez, lo familiar, lo confortable, lo plausible, lo correcto, la vuelta al redil, la maduración y, en cierto modo, también, la muerte, la rendición.


Los encuentros más importantes con Sandra serán en la casa (él incluso le hará un recorrido por las fotos de su familia) y en la habitación de Leonard. Además, ella tendrá el respaldo de la familia. Sandra, de hecho, encarna la familia, lo protector (¡ese puñetero guante!), lo terrenal, el calor pero, a la vez, la muerte del sueño. Recordemos que desde el primer encuentro con Leonard, ella ya entra en su habitación. Se introduce en lo más íntimo.

La puesta en escena, un juego de miradas

En contraposición, Michelle es la ensoñación. Ella vive más arriba, en un plano irreal, alejado, que Leonard puede ver pero no alcanzar.

De hecho, su primer encuentro tiene lugar en el rellano de la escalera. Ella huye momentáneamente de su casa y se muestra como un personaje fuera de lugar, a veces fantasmagórico, perdido, dubitativo. Michelle es frágil y tambaleante hasta el paroxismo. Ya desde la presentación vemos que Michelle está desubicada, que no sabe cuál es su lugar. Se introduce en el mundo familiar de Leonard, de forma momentánea, torpe e incómoda, y entra en su casa pero siendo consciente de que está fuera de lugar, de que no pertenece a ese sitio.

No es casual que los encuentros con Michelle estén marcados por un tratamiento irreal: esa comunicación de ventana a ventana (buscando la textura etérea que consiguió el maestro Hitchcock en la gloriosa escena de Kim Novak en la habitación hotel con la luz de un cartel luminoso que le confiere un halo fantasmagórico, de aparición) o esos encuentros secretos en la azotea (un escondite infantil que sólo ambos conocen).

Él siempre la mira desde más abajo, enfatizando así la idea de que ella encarna el ideal, lo inalcanzable, lo etéreo, quizás incluso lo irreal, lo que no pertenece a este mundo. Michelle materializa la contraposición con lo terrenal y, en concreto, con lo familiar.

La azotea, un mundo secreto

Michelle y Leonard se encuentran a cierta altura, sobre lo cotidiano, por encima de lo social. Por ello, el sexo sólo es posible entre ellos en ese lugar secreto y frío. Es el único lugar posible para ellos.


Las escenas en la azotea se revisten de una cualidad onírica, brumosa. La azotea es su escondite, allí se aislan. Es un mundo en el que sólo ellos pueden entrar y Gray no duda en reencuadrarlos para enfatizar más todavía esta idea de un mundo secreto en el que sólo están ellos dos.

Dos encuentros sexuales muy pero que muy distintos

El encuentro sexual con Sandra (qué suerte tiene el puñetero) será plenamente carnal y será en un entorno familiar, social, (recordemos el recorrido que hacen por las fotos de la familia).

Sandra encarna lo cercano, lo carnal. En contraposición a lo inalcanzable, a lo lejano, a aquello que sólo se observa desde la distancia y desde una altura inferior y que es etéreo y acaba, claro, desvaneciéndose (aysss, cómo me suena esto). Por ello el sexo con Sandra será cálido, desnudo, confortable (en la cama de Leonard) tendrá lugar después de ver las fotos de familia, después de recorrer el pasillo de colores tierra.

Sin embargo, con Michelle, será una breve relación casi etérea, carente de cualquier carnalidad, más propia de algo soñado, irreal. Ambos estarán vestidos. El encuentro sexual en la azotea será algo sin textura, sin olor, algo casi inexistente (como Ant, vamos).

En la azotea, la fotografía es azulada, tiene una textura onírica, y recordemos cómo la cámara desciende desde el cielo, como flotando, y se acerca a los dos amantes hasta cerrar el plano en sus rostros. Se trata y Gray nos lo dice de todos los modos posibles (Gray es muy de insistir), de un amor volátil, irreal.

Así mismo, recordemos que mientras con Sandra habrá desnudez, cercanía, calor en el entorno más familiar posible (la habitación de Leonard), con Michelle será un encuentro sexual sin carnalidad. Ella, más tarde, le enseñará su desnudez desde la ventana, desde la lejanía, desde una altura inalcanzable, intocable.

Los colores tierra (el marrón, sobre todo) serán los que marcarán el encuentro carnal, la desnudez, la redondez del sexo con Sandra y, en cambio, el frío de la azotea y sus tonos azulados marcarán el encuentro con Michelle.

El calor de lo familiar y el frío de la ensoñación, todo ayuda a crear esta contraposición que debería servirnos de intriga de predestinación. Gray quiere que Leonard se quede en casa, nos lo está diciendo aunque, en mi opinión, su personaje no lo dice.

Quizás el juego de las miradas y el distinto tratamiento de las dos relaciones sea lo más destacable de este film pues Gray demuestra conocer el código cinematográfico y ser capaz de tomar los recursos a su alcance para crear una obra sugerente, bella y llena de bruma que, sin embargo, se carga hacia el final por su fastidiosa necesidad de atarlo todo.

Sin embargo...

Si este film de Gray tiene muchos aciertos, también es cierto que (como en otras de sus pelis) muestra una necesidad casi patológica de cerrarlo todo y de sobreexplicar. Así, la metáfora visual del guante (lo que te protege, te cubre, es decir, la familia) y el consiguiente juego con el mismo es demasiado obvio y demasiado al uso. A veces, Gray parece querer coger al espectador de la mano y guiarle como a un niño a la salida del colegio para asegurarse de que no se pierde y eso, a mí, me molesta y mucho. A veces, digamos que se le ven las costuras al guión. Cuando uno se empeña en hilarlo todo demasiado bien y se olvida de la capacidad del espectador para hilar por si solo, el resultado es contraproducente. Cuando aparece el guante sabes que va a volver a salir más adelante y es un juego tan obvio que chirría bastante. ¡Por los calvos de Cristo, Gray, eso lo hemos visto mil veces! Además, tal como he soltado por ahí, yo creo que el final de este film no es verosímil.

En mi opinión, y ya me ha pasado con otros films de este director, los desenlaces son forzados porque los personajes dan un giro demasiado brusco y rápido, un cambio que no resulta verosímil pues un final no tiene por qué mostrar toda la evolución del personaje (partiendo de la base del personaje que evoluciona y que empieza siendo uno y acaba siendo de otro modo) sino que puede darnos una clave, simplemente, que nos lleve a deducir hacia dónde irá ese personaje. Gray, sin embargo, es más de cerrar los finales con doble llave y eso fastidia todo un film en el que el juego con dos mundos está plasmado de una forma visualmente muy interesante. Lo verosímil, en mi absurda opinión, es que Leonard se suicide (recordemos cómo se nos presenta), no que vuelva al redil o, al menos, ¡que no vuelva de esa forma tan inmediata! pero a Gray le gusta cerrar las cosas bien cerraditas y con doble nudo. Sí, es verdad que esta vuelta al redil, es una rendición, un abandono de los sueños, una muerte en cierto modo pero que él vuelva esa misma noche al redil es, en mi opinión, demasiado rápido pues un final que nos sugiriera esa vuelta al siniestro mundo familiar hubiera sido mucho más creíble a la par que elegante, he dicho.

Sin embargo, Gray tiende a señalar con el dedo lo que el espectador debe ver y eso, fastidia un pelín, la verdad, y así, con esta tendencia a sobreexplicar y a cerrarlo todo, se carga un fantástico trabajo de puesta en escena, de miradas y de bruma.

Sé que esta crítica se ha hecho esperar. Vale, eso es un eufemismo en toda regla, pero el caso es que, creo que no me apetecía escribir sobre esta película porque a raíz de este film he descubierto algo de mí que no me gusta nada, nada, y ya noto justo detrás de mí al maldito oso. Sé que está ahí, con sus orejas erguidas – en su lenguaje corporal eso significa que yo soy un mierda - y su mirada turbia.

"TWO LOVERS" (2008)
Dirección: James Gray
Guión: James Gray & Ric Menello
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